La vendimia francesa

Todo lo que viví en la vendimia, desde días antes de conseguir el trabajo hasta el final, e incluso la semana siguiente, fue mágico.

Después de viajar unos meses por España y Europa del este, a fin de agosto llegué a Francia para trabajar en la famosa vendange. Estaba preocupado porque había estado en contacto con varios grupos de argentinos buscando lo mismo, había hablado con conocidos que tenían contactos, y no había conseguido nada. Y fue de un día para el otro que pasó. Con la ayuda de unos buenos amigos encontré un portal (maintenant.pole-emploi.fr) dedicado a buscar trabajo de último momento. Un sábado publiqué mi perfil, el domingo me respondieron y el lunes estaba llegando al campo de Vincent para trabajar. Así sin más, solo tuve que mandar por mail mi pasaporte y la visa, y estaba contratado. Como si nada, la suerte te cambia de un día para el otro, y por primera vez en tu vida amanecés en un viñedo.

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Amanecer en Villié-Morgon.

El trabajo era nourri logé (con comida y alojamiento), esto es muy importante si están buscando este tipo de trabajos, porque en general los campos están alejados de la ciudad y es una búsqueda extra de alojamientoEl alojamiento era gratis ahí mismo en unas habitaciones de la casa, pero la comida tenía un costo diario de 16 euros. Parece mucho, pero la verdad es que se comía hasta reventar (entrada, plato, quesos, postre) y el vino era ilimitado, así que terminaba siendo barato. Pero si la idea era ahorrar hasta el último centavo, siempre se podía optar por cocinar algo, para lo cual había una cocina gastronómica enorme y mesada más que suficiente.

Leí experiencias antes de viajar y muchos contaban que era un trabajo duro y repetitivo, y tengo que reconocer que mi caso no fue la excepción. En total fueron 9 días de levantarse a las 6:30 y terminar a las 17:30, con pausas para comer en el medio. Cada uno de los coupers tomaba una hilera de vides, y le metía duro y parejo hasta el final cortando los racimos de uvas, poniéndolos en un balde. Y cuando se llenaba el balde? Cada unos minutos pasaba el carrier, que tenía una especie de balde-mochila gigante, colectaba las uvas, y las llevaba hasta el tractor.

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El equipo en acción.

La última hora de trabajo de cada día era lo mismo: en mi cabeza sonaban frases como “¿necesitaré una espalda nueva?” o “¿por qué no estoy mirando Rick and Morty en mi cama?”. Pero el cuerpo es sabio y regula la energía: termina el día, te das una ducha, y son apenas las 6 de la tarde, queda mucho tiempo para relajarse, tomarse unas cervezas, y hasta ir de fiesta. Qué? Sí, el primer día que llegué ya había una “fiesta” en el pueblo más cercano, una banda de reggae encendió la noche para todos, que en su mayoría, estábamos ahí por la misma razón.

Pero lo realmente mágico fue la gente que conocí. El equipo de unas 20 personas estaba compuesto más o menos así: mayoría franceses, unos siete de Letonia y Lituania (no son lo mismo, sabías? yo no), y quien escribe. Qué hacía un argentino ahí? No sé, pero no pudo haber sido mejor.

En una de las primeras tardes de sol empezó mi amistad con Edgaras y Rasa. De esas personas que al primer chiste que tirás te entienden, que no hay que poner esfuerzo, y que a partir de ahí todo funciona como si fueran viejos amigos. Y así fue que las horas cortando uvas se transformaron en cantar canciones, jugar a todo tipo de juegos inventados, y conocer frases lituanas (1).

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Rasa sostiene uvas y Edgaras (2) se pregunta el significado de la vida.

En fin, si están dudando si hacer esta experiencia, no lo duden más! Los días que pasamos fueron de lujo, y en gran parte porque nos trataron como si fuéramos parte de la misma familia. El “patrón” estaba con nosotros todo el rato, cortando uvas a la par nuestra, comíamos todos juntos, y hasta incluso terminando la jornada nos podíamos meter en la pileta de la casa!! No quiero decir con esto que en todos lados sea así, me imagino que no, pero realmente cambia mucho la calidad de la experiencia cuando las personas tienen esta amabilidad.

Los días pasaron e, incluso antes de lo previsto, llegó el final. No lo podíamos creer, un mediodía terminamos la última parcela del campo. La alegría fue inmensa y el festejo final estuvo a la altura. Daniel, un hombrecito valenciano de unos 60 años, preparó como comida final una paella gigante para todos.

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Daniel y Nardin con las manos en los mariscos. Vegetarianos perdonen.

Fue toda una gran ceremonia. Algunas de las chicas tuvieron la iniciativa de preparar un regalo para las cocineras de la estadía (la mamá y la tía de Vincent) y mientras se terminaba de cocinar la paella, todo el mundo en el gran comedor cantando canciones francesas y tomando vino.

Comimos hasta el hartazgo y tomamos unas copitas para acompañar. Cuestión que cuando terminó el almuerzo, creo ni Lulú, el perro de la vendimia, estaba sobrio (3). Varios terminaron durmiendo la siesta en el pasto y otros ya preparaban sus bolsos. A partir de ese momento, los destinos de cada uno se bifurcarían.

Ah, pero no olvidemos lo importante. Después de toda esta terrible experiencia encima te pagan, y no está nada mal (por 9 días fueron unos 600€). Y aparte de la retribución monetaria, cada uno se llevó una bella caja mixta de vinos, uno mejor que el otro.

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Cinco tintos y un rosado, la caja de regalo para cada uno.

Los días siguientes, algunos volvieron a sus ciudades, pero otros nos quedamos uno o dos días más hasta resolver nuestro destino. En el interín, seguimos comiendo con la familia, visitando lugares cercanos y jugando a la pétanquejuego muy popular del sur de Francia que luego se popularizó en otras zonas de Francia y España, y es ultra adictivo.

Así se pasaron nuestros días de vendimia, y creo que después de esta experiencia, repetiría seguro.

Colorín colorado, el primer vino que abrimos fue el rosado.


(1)  Aš esi girtas ir nieko nesuprantu: estoy borracho y no entiendo nada.

(2) En lituano, la terminación de los nombres masculinos es -as. Eso explica por qué a mi me decían todo el tiempo Gonzalas. Pero mucho más gracioso suena el diminutivo: -iukas. Así es que usualmente nos llamábamos Edgariukas (suena Edgarokas) y Gonzaliukas.

(3) Un capítulo aparte para Lulú, la mascota de la vendimia con el que todos nos encariñamos. Pobrecito, al no estar castrado estaba un poco alzado, y se enamoraba de cual pierna ajena pasaba, practicando polémicos movimientos pélvicos.

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Lulú, la mascota de la vendimia.

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